Lo que el corazón calla, enferma en la garganta

 

La habitación permanecía en penumbras; Jorge se encontraba recostado en la cama. No escuchó entrar a su abuelo porque tenía los cascos puestos, con la música al máximo de volumen. Manuel se acercó a él, fue entonces cuando el chico depositó en la mesita de noche el Ipad.

—¿Cómo estás?

—Parece que un poco mejor. Ahora no tengo fiebre.

Manuel le dio un beso en la frente.

—No, no tienes. ¿Cuántas faringitis llevas ya en lo que va de invierno?

Cogió la silla del escritorio y se sentó junto a su nieto.

—Unas cuantas…

—¡Vaya! —Torció el gesto, apesadumbrado—. ¿Qué escuchabas?

El chico sonrió.

—No creo que la conozcas, abuelo: es música de ahora. —Le guiñó un ojo.

El hombre miró en derredor.

—Veo que conservas la guitarra; pero ya no tocas, ¿no?

Jorge bajó la cabeza y la sonrisa se le borró.

—Pensarás que soy un inconstante…

—Yo no pienso nada. —Miró al suelo meditabundo, luego levantó la cabeza para agregar—: Tampoco debe importarte lo que lo demás opinen de ti.

Guardó silencio mientras se mesaba la barba. Jorge aprovechó la pausa para explicarle:

—Cada vez que ensayaba mis padres me decían que desperdiciaba el tiempo, que lo que tenía que hacer era estudiar y ya está.

—¿Y tú que les respondías?

Se encogió de hombros.

—Nada.

Manuel recorrió con la mirada el dormitorio: demasiado ordenado para un chico de su edad. Las notas de Jorge nunca bajaban de notable; practicaba varios deportes; era un adolescente educado y considerado con los demás… El hijo perfecto.

—Te voy a contar un cuento.

—¡Abuelooo! —rio el joven, e inmediatamente se llevó la mano a la garganta con un gesto de dolor.

—A decir verdad, no es un cuento, sino una fábula. ¿Conoces la fábula de la cigarra y la hormiga?

—Claro.

—Pero no sabes cómo acabó en realidad. —Levantó las cejas para hacerse el interesante.

—Vale. Soy todo oído.

El anciano arropó a su nieto; se acomodó en la silla y empezó el relato:

—Siempre nos han contado que la cigarra cantó durante un verano mientras que la hormiga trabajó sin parar, y que cuando llegó el invierno no tenía qué comer. Pero la historia no acaba ahí. Al año siguiente, la cigarra había aprendido la lección, así que decidió ponerse manos a la obra desde el primer día de primavera. Se despertaba muy temprano para recoger hojas y guardarlas. Se esforzaba de tal forma, que no paraba hasta que no se ocultaba el último rayo de sol.

»Sin embargo, el prado en el que vivían se convirtió en un lugar silencioso y triste: nadie amenizaba las jornadas con bellas canciones. A ella no le importó. «Cuando el frío arreció, ninguno de los que disfrutaron de mi música me ofreció ni un mísero grano de trigo, así que ahora me ocuparé solo de mí», pensó.

»Las hormigas se sintieron poderosas. «Si hemos conseguido doblegar a la cigarra, podremos hacer lo mismo con los demás», se dijeron. Poco a poco fueron tomando el control del territorio. Instruían al resto de insectos en su estricta disciplina y todos recogían frutos, semillas y hojas desde el amanecer hasta el alba.

»En poco tiempo, las abejas dejaron de producir miel; a las mariposas no se les permitía revolotear de flor en flor, y estas no pudieron reproducirse; las lombrices abandonaron el subsuelo y con ello la oxigenación que le ofrecían… Lo que, en un principio, había sido un precioso prado lleno de vida, se convirtió en un erial

—¿Ya…? ¿Eso es todo?

—¿Sabes cuál es la moraleja de esta fábula?

Jorge se encogió de hombros.

—No.

—Si has nacido cigarra no puedes ser hormiga. Cada ser ocupa su lugar en este mundo y nadie es prescindible. Todos tenemos un talento, o muchos, que nos hace diferente del resto. A lo largo del camino, hijo, te encontrarás con muchas hormigas que te dirán que su forma de vivir es la mejor. Y sí, lo será, pero para ellas. Nuestro deber es averiguar qué pasos debemos ir dando en cada momento, siempre siendo honestos con nosotros mismos.

—¿Eso quiere decir que debo seguir tocando la guitarra? —Sonrió.

—Eso significa que tú eres el único que puede decidir qué quieres hacer o no hacer con tu vida. Y que lo que el corazón calla, enferma en la garganta.

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